Estamos en 1993. Matt Dillon (New Rochelle, Nueva York, 1964) es una estrella con-sumada. Incluso madura. Hasta un poco pasada. Los pósters han empezado a caerse de las pare-des de habitaciones adolescentes, ya no decora tantas carpetas. Aún es un ídolo juvenil, pero de otra generación. La época dorada del Brat park, esa pandilla de atractivos mocosos —Tom Cruise, Patrick Swayze— en la que le metió el periodista del New Yorker David Blum por su papel de Dallas, Dably, en Rebeldes (1983), ha quedado atrás. Dillon se arriesgó dando el salto al cine independiente y cayó de pie, con una de sus mejores películas, Drugstore cowboy (1989), segundo filme de Gus Van Sant. Pero sus siguientes elecciones tuvieron un éxito desigual: Bésame antes de morir, Solteros y un videoclip con Madonna. En 1993, el actor gozaba de un tiempo de calma antes de que llegara su se-gunda década prodigiosa, la que empezó con Todo por un sueño (1995), también con Gus Van Sant, y terminó con Crash (Paul Haggis, 2004) y su única nominación al Oscar. Ese año, en el que su carrera estaba en calma, como su fama, se marchó a Cuba.
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