Carlos Vela para GQ México en fotos de Yu Tsai

Desanimado y cabizbajo, Carlos camina hacia la línea final de la cancha con el balón cerca de sus pies. Le da pequeñas patadas para que avance cerca de su mirada, con la intención de llevarlo hasta el tiro de esquina. Se aproxima a las bardas publicitarias y, de repente, levanta la cabeza: “¡Borraaacho! ¡Borraaacho!”, le gritan desde las gradas del antes conocido Nou Camp de León. Patea de nuevo el esférico, ahora con más fuerza, y no le quita la mirada. Se acerca a la zona de cobro y toma la pelota con las manos. Le pide a fotógrafos y policías que retrocedan para acomodarse. Y, una vez más, escucha: “¡Borraaacho! ¡Borraaacho!”, y ahora le lanzan: “¡Gordooo! ¡Veeela Gordooo!”, junto con vasos de unicel que pasan rozando al jugador. Él no se inmuta y le pega al balón. Continúa su carrera. No hay un gesto ni una respuesta. Él sigue jugando al futbol y la escena se repite, minutos más adelante, un par de veces más... y Carlos decide callar. Es el martes 18 de febrero de 2020. Son poco más de las 10 de la noche y el termómetro en la ciudad de León apunta a los 22 grados. Hoy es la primera vez que Carlos Vela, después de 12 años como profesional (debutó en la Segunda División de España, en 2006, con el Salamanca), juega en México, su país. Han pasado pocas horas desde que su escuadra, el sorpresivo LAFC de Los Ángeles, dejó su hotel con dirección al estadio para jugar el partido de Ida de los Octavos de Final de la Concachampions, el torneo que enfrenta a los equipos de la llamada CONCACAF (Estados Unidos, Canadá, México, Centroamérica y el Caribe). Y también han pasado pocas horas desde que el nombre de Carlos fuera coreado por decenas de fanáticos mexicanos que esperaron mucho tiempo (y que agotaron desde días antes las entradas del encuentro) para verlo abordar el camión del grupo angelino y seguir su trayecto al campo, dando un gran apoyo al apodado Bombardero. Un gran recibimiento que terminó cuando el vehículo ingresó por el número 1810 del Boulevard Adolfo López Mateos, en la colonia La Martinica, y, en segundos, transformó al héroe en villano.



"No soy joven para el futbol. Aunque estoy muy bien, me quedan, máximo, cinco años"



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