Ahí está Jaime, es el que cruza la calle Zabala, el que hace como que fuma pero sin llevar un cigarrillo entre los dedos, alto, un obelisco. Va rumbo a un café en Colegiales, su barrio, colonizado por la estética vintage. Aquí, cafecitos y bistrós florecen como margaritas silvestres pero con pretensión de antigüedad; creen que existen desde la década del 50. La misma mesa en la que va a sentarse está hecha de una máquina de coser reciclada y las sillas asemejan descartes de un remate. Es un efecto visual similar al que causa su imagen, tan igual a la del modelo de la fotografía “El jugador” de Marcos López. Louta, como se conoce a Jaime James, parece venido de un agujero negro entre los años 40 y 50. No tiene nada que ver con el estilo urban del trap y del hip hop, ni con lo que queda de las subculturas exhaustas que alimentaron por décadas al rock y al pop: peinado a la gomina, chomba de hilo, pantalones tiro alto de vestir, zapatos sin onda. Pero Jaime, 25 años, es Louta solo cuando se enfunda en ese guardarropa de antihéroe y convierte el escenario en un tembladeral psíquico. “Yo quiero ser de esta época todo lo que pueda”, dice ahora,
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