El músico creció en el norte de Londres; hijo de padres ghaneses de creencias católicas, no escuchó demasiada música dentro de casa. Por eso la buscó fuera: con 17 dejó su hogar y deambuló por Londres y París en busca de algo que le hiciera arder. Y fue en un café galo donde descubrieron al genio. Hasta entonces se había refugiado en la música y en la poesía con Erik Satie y Debussy o Sylvia Plath y Arthur Rimbaud bajo el brazo. El cantante había abandonado Londres dejando atrás una infancia turbulenta para probar suerte en nuevos mundos. Cuando aterrizó en París se dejó las cuerdas vocales en la estación de metro de Place de Clichy hasta que alguien lo descubrió y se dio cuenta de lo evidente: hay una magia extraña en él. Como extraño veía un mundo que no acababa de entender del todo. Utilizó su voz, de forma autodidacta, para sacar lo que no podía explicar.Y cada poema se convirtió en canción porque, como él afirma, “la poesía en sí misma es música”. Desde entonces hasta hoy, Clementine atesora dos EP, dos álbumes de estudio (At Least for Now, 2015; I Tell a Fly, 2017) y algunas letras preparadas para el siguiente. Su estilo bohemio y minimalista le ha servido para atraer la atención de las mejores marcas. Él confía ahora en Vacheron Constantin. Con 30 años está en otro capítulo de su vida. Atrás quedó el deambular por París con su abrigo de algodón, una capa invencible que le protegía de todo mal.
“MI PUNTO DÉBIL ES
QUE SOY DEMASIADO REAL. NO PUEDO DISIMULARLO”