Marc Márquez para GQ Italia por Stefano Galuzzi

Un fuerte en una ciudad rodeada de murallas. No es difícil encontrar el garaje de Marc Márquez en Cervera, un pueblo medieval de 9 mil almas a 100 kilómetros de Barcelona. El cobertizo de antracita con el signo cúbico MM93 y AM73 (iniciales y números de casco de Marc y su hermano menor Álex, campeón de Moto3 en 2014, ahora en Moto2) se destaca entre las paredes en colores pastel y se destaca contra el cielo azul de Cataluña. Llegamos a la cita con antelación y para abrir la puerta está el padre Juliá, quien se tranquiliza con la puntualidad del primer heredero. No importa: el hijo más famoso, el actual campeón de MotoGP por quinta vez (la tercera consecutiva), llega precisamente y se presenta con la sonrisa abierta y sincera que se ha convertido en su marca registrada. Luego nos acompaña, como un propietario impecable, al enorme taller que para la estrella del Repsol Honda Team es como un hogar: "Cuando no estoy lejos, paso la mayor parte del día aquí", confirma. "Compré el espacio hace dos años. Mide 1.000 metros cuadrados y es perfecto para acomodar las motos de cross y flat mías y de Álex, además de algunos modelos antiguos y algunos autos, como el 600 vintage. También hay espacio para mi camión oficial, que papo (papá, ed) conduce al paddock de los escenarios europeos, y equipo mecánico: disfruto mucho hacer afinaciones y otros cambios simples en las dos ruedas". Marc Márquez cuenta sus pasiones en perfecto italiano, antes de doblar la esquina y entrar al gimnasio. No falta nada entre el remero, el kettlebell, la cremallera y la pelota suiza. "Para la fuerza", dice, "El motociclismo es un deporte real, no es suficiente para pisar el acelerador. Necesitamos músculos de acero para domar prototipos de 250 hp y 150 kg".



Fotografía: Stefano Galuzzi
Estilismo: Andrea Tenerani
Entrevista: Cristina Marinoni


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